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Columna de Opinión

La judicialización del conflicto escolar: cuando la denuncia reemplaza al diálogo

Rodrigo Rojas, USACH; Verónica López, PUCV; María Isidora Mena, PUC; Paula Ascorra, PUCV; María Isabel Toledo, UDP; Claudia Carrasco, UPLA; Oscar Nail, UDEC; Pablo Valdivieso, U.Chile; Jorge Varela, UDD.

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  • Diario Usach

  • Lunes 23 de junio de 2025 - 16:56

El sostenido aumento de denuncias por convivencia escolar en Chile, más de 2 500 casos en el primer trimestre de este año, ha sido interpretado por algunos como señal de una crisis creciente de violencia en las escuelas.

Pero detenerse en la cifra sin preguntarse qué la produce, cómo se interpreta y qué nos exige, es quedarse en la superficie de un problema mucho más profundo y llevarnos a reacciones equivocadas.

Quizás lo que crece no es solamente la violencia, sino también la visibilización del conflicto. Hoy, más estudiantes, docentes y apoderados se atreven a nombrar situaciones que antes se naturalizaban o se callaban.

Esta mayor disposición a denunciar puede ser leída como potencial para hacer cambios que todos, hace tiempo, queremos. Pero si el fenómeno lo dejamos ahí, en datos asustantes y dolorosos, corremos el riesgo de confundir el síntoma con el problema, y distraernos de un camino de solución.

Una arista del problema de la violencia en las escuelas es el tratamiento que en ellas se hace del conflicto, unida a que estamos en una estructura y cultura escolar que hace décadas sabemos que no es apropiada para la época actual.

La tensión permanente entre lo que tenemos y lo que necesitamos produce conflictos, que en vez de usarse como motor de diálogo y búsqueda de innovaciones, en vez de mantenerse en el espacio relacional, se deja escalar y finalmente se desplaza hacia la esfera jurídica.

Sin medidas pedagógicas preventivas, cuando el conflicto se transforma en crisis, la denuncia se convierte en el primer recurso, a veces en el único. No hay otra gramática disponible para resolver el disenso. En lugar de herramientas para dialogar, reparar o transformar el conflicto, se activa un protocolo, se escribe un acta, se exige una sanción.

El conflicto no es una falla del sistema educativo: es parte de su materia prima. Lo que está en cuestión no es su existencia, sino nuestra forma de habitarlo. Y si no somos capaces de devolverle al conflicto su dimensión pedagógica, lo seguiremos expulsando hacia tribunales, oficinas y expedientes, mientras las comunidades escolares se vacían de palabra, de vínculo y de posibilidad de cambio.

Estamos frente a una ciudadanía que ha sido entrenada para demandar derechos, más que en involucrarse en la construcción de respuestas y soluciones a situaciones que los vulneran.

Una ciudadanía que no siempre ha sido educada para sostener el disenso, para tramitar el dolor, para convivir en la diferencia. Una ciudadanía sin gramática del conflicto, que ha judicializado su relación con la escuela, no por capricho, sino por falta de otras herramientas.

En ese vacío, las escuelas se ven sobrecargadas de denuncias que no necesariamente pueden resolver, porque los equipos directivos y de convivencia no han sido fortalecidos institucionalmente para trabajar pedagógicamente el conflicto antes de que escale. La denuncia, entonces, aparece cuando el daño ya está hecho. Y en ese momento, la relación ya está rota, el vínculo ya no existe, la posibilidad formativa ya fue desplazada.

No se trata de relativizar el malestar ni de negar que hay situaciones graves que deben ser abordadas con firmeza. Pero sí de advertir que la judicialización del conflicto no puede ser el camino principal de la vida escolar.

Necesitamos una escuela que enseñe a vivir juntos y que enseñe a acordar normas que hagan sentido y a respetarlas porque se han aprendido las competencias socioemocionales para hacerlo. Que enseñe a decir lo que incomoda sin dañar, a dialogar, a reconocer puntos de vista sin descalificarlos y conciliarlos innovadoramente, a resolver, a reparar. Es la reparación proporcional a la falta la que educa, no los inocuos castigos tradicionales.

Si lo único que le ofrecemos a nuestras escuelas para tramitar las tensiones es la denuncia cuando ellas ya escalaron e hicieron crisis violentas, entonces lo que está en crisis no es solo la convivencia; es nuestra cultura y estructura escolar e incapacidad de producir y financiar cambios para convertirnos en comunidades de aprendizaje que usan las tensiones para construir paz y desarrollo. Un tema del sistema escolar, la ciudadanía, los acuerdos políticos para hacer las transformaciones escolares que nuestros tiempos están esperando.