La reciente noticia de que se están graduando más doctorandos que hace una década es parcialmente cierta. Este aumento corresponde, en gran medida, al efecto de la pandemia, periodo en el que muchos profesionales optaron por estudios de postgrado gracias a las modalidades a distancia. Sin embargo, esta tendencia no se ha sostenido: desde 2021 la matrícula del Doctorado comenzó a descender y todo indica que seguirá esa trayectoria.
Chile hoy enfrenta, además, una realidad demográfica compleja con una tasa de natalidad que bordea el 1.03, lo que tendrá un impacto directo en el ingreso a la educación superior en las próximas décadas.
Este panorama obliga a repensar el modelo de postgrado. No solo porque habrá menos estudiantes saliendo del pregrado, sino porque el nuevo público objetivo ya no es un estudiante tradicional.
Es un profesional inserto en el mundo laboral, que necesita especializarse, reconvertirse y adquirir competencias técnicas de forma oportuna. En ese contexto, los magísteres profesionales han mostrado un crecimiento sostenido en la matrícula, superando a la de los magísteres académicos. Su carácter aplicado, su duración más acotada y su pertinencia sectorial los posicionan como una herramienta clave para el desarrollo de capital humano avanzado.
Del mismo modo, comienza a instalarse en Chile la necesidad de transitar hacia doctorados de carácter tecnológico, una modalidad que en países como Alemania o Francia lleva décadas consolidada.
Estos programas permiten vincular la experiencia laboral con el proceso investigativo, enfocándose en soluciones aplicadas, transferencia tecnológica e innovación. Hoy en Chile, menos del 7% de los doctores trabaja en la industria, un indicador que evidencia la desconexión entre el modelo académico tradicional y las necesidades del sistema productivo.
La Facultad de Ingeniería de la USACH ya está trabajando en esta dirección. Contamos con 22 programas de postgrado, varios de ellos reformulados, otros en proceso de actualización, y algunos reemplazados por nuevas propuestas más alineadas con los desafíos del presente. Entendemos que el crecimiento ya no vendrá desde el pregrado, sino desde un nuevo tipo de estudiante de postgrado: más autónomo, más conectado con su entorno laboral, y con interés por aplicar conocimiento con rapidez y propósito.
Chile tiene hoy cerca de 400 programas de postgrado acreditados, entre ellos 151 doctorados, cuya mayoría sigue respondiendo al modelo académico clásico, planes de estudio de 4 años, con foco en ciencia fundamental. Esto no dialoga con la lógica del sector productivo, que necesita respuestas en tiempos más cortos y con resultados aplicables. De ahí que el diseño de programas híbridos, flexibles y pertinentes ya no sea una opción, sino una urgencia.
Además, se requiere revisar las políticas públicas que regulan el sistema, especialmente las becas estatales, muchas de las cuales siguen centradas exclusivamente en los postgrados académicos tradicionales. Las becas para profesionales del sector público, por ejemplo, están siendo subutilizadas y podrían reorientarse hacia doctorados tecnológicos o magísteres ejecutivos con impacto en la innovación del Estado.
Finalmente, los postgrados del futuro deberán también leer los lenguajes emergentes que movilizan el conocimiento. Si hace dos décadas la palabra "biotecnología" impulsó la creación de múltiples programas, hoy son conceptos como inteligencia artificial, sustentabilidad e innovación tecnológica los que marcarán el ritmo de la matrícula en los próximos cinco o diez años.
Estamos a tiempo de transformar el sistema de postgrado chileno en una plataforma flexible, inclusiva y estratégicamente vinculada con los desafíos del país. Para eso, se requiere visión, voluntad institucional y una mirada abierta al cambio.