El liberalismo y el realismo constituyen dos interpretaciones centrales de las Relaciones Internacionales. Según las mismas, la primera espera una reforma civilizatoria para alcanzar la paz mediante la transformación jurídica y el elevamiento del nivel ético, marcando su acento en la democracia representativa y en valores como el desarrollo, la justicia y la equidad entre las sociedades y naciones para constituir un mínimo común cosmopolita o universal, incluso más allá de las naciones, en un marco cooperativo. El realismo, en cambio afirma la persistencia del conflicto, la política internacional como objeto de disputa entre las potencias y los estados-nación participantes, y el beneficio nacional. Finalmente, llama a considerar la realidad internacional tal como es, y no en base a expectativas.
El Premio Nobel constituye una expresión del pensamiento liberal, y así lo ha demostrado al galardonar en otras versiones a figuras defensores de la democracia y los derechos humanos, Rigoberta Menchú (1990) o Adolfo Pérez Esquivel (1980) no todas merecedoras de un consenso. Y premiar actos como el establecimiento de paces y treguas en el sistema internacional como fue el caso del canciller argentino Carlos Saavedra Lamas en 1936 por el fin de la Guerra del Chaco.
En la concesión del Nobel a María Corina se perciben ambas interpretaciones con nitidez. De un lado la realista, evidenciada en las palabras del portavoz de la Casa Blanca, Steven Choung, que ha dicho que la comisión del Premio Nobel ha privilegiado la política por sobre la paz, haciendo referencia a los procesos de paz y tregua en que el Presidente Donald Trump ha sido protagonista, y que corona en estos días con la primera fase de la paz en Gaza, y el frustrado ejercicio frente a Vladimir Putin en Ucrania. Nada menos que siete u ocho conflictos –según sea el resultado de la paz entre Hamas e Israel-: Camboya-Tailandia, Kosovo-Serbia. Congo-Ruanda. Pakistán-India, Israel- Irán, Egipto-Etiopía, y Armenia-Azerbaiyán.
Pero también es claro que Trump ha ejercido su poder para estabilizar el sistema internacional, incursionando sobre centrales nucleares iraníes, y paradojalmente ha presionado que cesen las confrontaciones y su estela de tragedias para la población civil. No hay duda, que más allá de mezquindades ideológicas del mundo progresista, acrecentadas por su egocentrismo, desde el punto de vista de la eficacia, Trump merecía el premio porque más que sus defensores fueran Putin, Netanyahu o los retuiteos de los grupos pro gubernamentales de Venezuela, dentro y fuera de ese país, también cuestiona con fuerza el actuar liberal en base a negociaciones multilaterales y con menos protagonismo de las potencias. Otra derivada es de esta desorientación ética, es el mundo paralelo de Pablo Iglesias quien ha comparado a María Corina con Hitler. Como si organizara ejecuciones supra judiciales, secuestrara opositores, o manejara el Helicoide: “La verdad es que para darle el Nobel de la paz a Corina Machado que lleva años intentando dar un golpe de Estado en su país, se lo podrían haber dado directamente a Trump o incluso a Adolf Hitler a título póstumo. El año que viene que lo compartan Putin y Zelenski. Si ya total…”, escribió en sus redes sociales.
Pero en las relaciones internacionales pesa también la utopía de la democracia y la paz social. Hoy es innegable que la crisis política venezolana tiene importantes consecuencias en su entorno regional, y se diría continental, al expulsar sobre 7 millones de compatriotas en consideraciones de vulneración sobre los restantes países de las Américas. La opresión política, el descalabro económico –debido en su momento a la supresión de catorce ceros de su moneda oficial-, la desprotección consular para su connacionales, las sanciones e ilegitimidad internacional, la farsa electoral, y los lazos con organizaciones criminales que conviven en el inestable ecosistema del chavismo-madurismo proponen una lectura axiológica de los valores de la convivencia democrática, del valor de elecciones libres, de la lucha que el pueblo venezolano ha dado frente a un sistema político excluyente.
En este contexto la lectura moral del premio es un reflejo de la utopía de la paz social en Venezuela, que refrenda el discurso por democracia de María Corina Machado sobre los abusos del Estado y de un sector de su país contra otros que no comparten su visión. En este sentido imponer un discurso antiimperialista, inventarse otro Nobel ¿sur-sur?, o reiterar las críticas de Pablo Iglesias, resultan del todo exabruptos que una conciencia liberal no acepta. En este premio primó pues el utopismo y la democracia por sobre la eficacia de la paz de Trump, habida cuenta que, en esta coyuntura de la política internacional ni China, ni Rusia, ni sus aliados, tienen estatura para promover la paz: al contrario, buscan exacerbar los conflictos que amargan a la población mundial como es el respaldo político, económico y militar a su aliado de Caracas en razón de sus intereses nacionales.