El reloj del general Carlos Prats se detuvo a las 12:34 de la noche del 30 de septiembre de 1974, cuando el violento estallido de una bomba activada por control remoto le quitó la vida a él y a su esposa, Sofía Cuthbert, mientras estaban a bordo de su Fiat en una calle del barrio de Palermo, en Buenos Aires.
"Fue tal la expansión de la bomba que el capó del auto voló hasta el techo del séptimo piso", decía entonces un transeúnte, entrevistado por la televisión argentina, que caminaba por las afueras del edificio donde habitaba el otrora comandante en Jefe del Ejército chileno.
Las brutales imágenes del asesinato fueron replicadas por la prensa chilena, alineada con la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) que derrocó al gobierno democrático de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973.
En Chile, tras 50 años de su asesinato, a Prats se le recuerda como el general constitucionalista que fue, heredero de la tradición defendida por el general René Schneider (también asesinado -en 1970- por un comando orquestado por la CIA en un intento de evitar la llegada de Allende al poder).
LEALTAD A LA CONSTITUCIÓN
Máximo comandante del Ejército desde la muerte de su antecesor y ministro de Interior y Defensa de la Unidad Popular (UP), durante sus días más convulsos, Prats destacó por su lealtad y diligencia al detener la sublevación de junio de 1973 conocida como Tanquetazo. En ese momento, sus acciones sofocaron la intentona golpista.
“No podía creer lo que estaba pasando cuando vio a Pinochet encabezar el golpe”, rememoró a EFE una de sus hijas, Angélica Prats, al cumplirse 50 años del golpe de Estado. Y es que Pinochet fue su mano derecha para detener la intentona de junio.
“Creía honestamente que compartía con sinceridad mi acendrada convicción de que la caótica situación chilena debía resolverse políticamente, sin golpe militar”, escribió Prats sobre el dictador en sus memorias publicadas de forma póstuma en 1984.
En el mismo texto, titulado “Testimonio de un soldado”, escribió sobre Allende: “No compartí su ideología marxista, pero lo enjuicio como uno de nuestros gobernantes más lúcidos y osados de Chile del siglo XX y, al mismo tiempo, el más incomprendido”.
RENUNCIA Y EXILIO
Tras una fuerte campaña en su contra dirigida por la oficialidad golpista, Prats renunció a la Comandancia en Jefe del Ejército el 23 de agosto de 1973, a pocos días del ataque final contra la Unidad Popular.
Aunque intentó por todos los medios detener la tragedia que se cernía sobre el país suramericano, una vez concretado el golpe y tras recibir múltiples amenazas, se exilió en Buenos Aires junto a su esposa. Allí ingresó a trabajar en una fábrica de neumáticos, mientras ella instaló una pequeña tienda boutique en el centro de la capital.
El ex agente de la CIA Michael Townle, también miembro de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), la policía política del régimen de Pinochet, ingresó pocos días antes del atentado al garaje de la casa familiar, donde instaló bajo los asientos de su coche el explosivo que les quitó la vida.
Cuatro años más tarde, Townley fue extraditado de Chile hacia Estados Unidos por el asesinato en Washington del también ex ministro de la UP Orlando Letelier y de su compañera de labores Ronnie Moffitt, con el mismo método en septiembre de 1976. En el marco de esta investigación, confiesa diversos crímenes, entre ellos el asesinato de Prats.
A la fecha, continúa viviendo en Estados Unidos, amparado en el programa de protección de testigos de la Oficina Federal de Investigación (FBI) de ese país.
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