Las semanas previas a las celebraciones de Navidad y Año Nuevo no solo vienen cargadas del cansancio acumulado de fin de año. Para muchas parejas, este periodo suma además una cuota importante de tensión al momento de decidir dónde y con quién pasar las fiestas, una discusión que se repite año a año y que suele poner en juego tradiciones familiares, expectativas y sentimientos profundos.
En estas fechas, para algunos predomina la idea de respetar las costumbres heredadas, reunirse con los abuelos, padres y cumplir con el encuentro con familiares. Incluso, muchas veces las reuniones se llevan a cabo con muchos parientes con los que, durante el resto del año, no existe mucho contacto.
Otros, en cambio, priorizan celebrar con amigos, viajar o compartir solo con quienes han sido parte activa de su vida cotidiana. En ese escenario, el choque de intereses se vuelve casi inevitable: tu familia, la mía, los amigos, nuestra casa.
Según explica el psicólogo Antonio Letelier, académico de la Escuela de Psicología de la Universidad de Santiago de Chile, estos conflictos no son superficiales ni circunstanciales. “Los conflictos tienen que ver con que las fiestas ponen en evidencia las formas culturales con las que las familias abordan sus vínculos y afectos. Tocan temas profundos como la identidad o la defensa de ciertos modos de funcionamiento que están muy arraigados en las personas”, señala.

Desde esta perspectiva, la Navidad y el Año Nuevo operan como un espejo que refleja las diferencias culturales entre familias. Para quienes están en pareja, esto implica muchas veces enfrentarse a dinámicas, rituales y formas de relacionarse distintas a las propias. “Vivir la festividad en otra familia es enfrentarse a otro modo cultural que requiere un esfuerzo de adaptación. Si la otra cultura choca fuertemente con la cultura de origen, tiende a generar mayores conflictos”, advierte Letelier.
A estas tensiones se suma, en no pocos casos, la culpa. Culpa por no cumplir con las expectativas familiares, por “abandonar” una tradición o por priorizar el propio bienestar y el de la pareja. De acuerdo con el académico de la Usach, este sentimiento está estrechamente ligado a la dificultad que tienen algunas parejas para construir una identidad propia.
“Los sentimientos de culpa también se asocian a la dificultad que algunas parejas tienen para desarrollar una narrativa nueva o más autónoma. Finalmente, las emociones tienden a intensificarse en estos periodos”, explica Letelier.
Así, lo que debiera ser un espacio de encuentro y celebración puede transformarse en un foco de conflicto recurrente. Sin embargo, el especialista plantea que estas tensiones también pueden abrir una oportunidad: la de conversar, negociar y construir acuerdos que permitan a la pareja definir cómo quiere vivir estas fechas, más allá del “deber ser” impuesto desde el exterior.

Algunos consejos para tener en consideración si tienes este conflicto con tu pareja:
Conversar antes de que aparezca el conflicto: No esperar a “última hora” ni a que la familia presione. Hablar con anticipación permite que la decisión no esté cargada por el estrés propio de diciembre y da espacio para escuchar sin reaccionar desde la emoción.
Reconocer que el conflicto es cultural, no personal: Entender que muchas tensiones no tienen que ver con mala voluntad, sino con formas distintas de vivir los afectos, la familia y las tradiciones. Despersonalizar el conflicto ayuda a disminuir la defensiva y la culpa.
Validar la historia emocional del otro: Cada integrante de la pareja trae consigo recuerdos, lealtades y experiencias familiares profundas. Validar eso fortalece el vínculo y evita que la discusión se transforme en una competencia.
Negociar, no imponer: Las decisiones unilaterales suelen dejar resentimientos que reaparecen año tras año. Buscar acuerdos intermedios, aunque no sean ideales para ninguno, suele ser más saludable que “ganar” la discusión.
Trabajar la culpa conscientemente: Sentirse culpable no siempre significa estar haciendo algo mal. Muchas veces es una reacción a expectativas externas muy arraigadas. Identificar de dónde viene la culpa permite decidir con mayor libertad.
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