El paisaje en la quebrada Villagra, en la confluencia entre los cerros Las Cañas y El Litre, en la ciudad de Valparaíso, cambió radicalmente durante la pandemia: los escombros, las ratas y los electrodomésticos oxidados dieron paso a tomates, pimentones y zapallos.
A Teresa Balboltín aún le cuesta creer lo que ve cada mañana por su ventana.
Pese a que ya ha pasado más un año y medio, le parece que fue ayer cuando, en los momentos más duros del Covid-19, se organizó con sus vecinos para limpiar el vertedero que se había generado allí y cumplir el sueño comunal de "vivir en una quebrada limpia y digna".
"Estábamos infectados de plagas. Sacamos más de 10 toneladas de basura. La mayoría de quebradas en Valparaíso son microbasurales y vivir cerca estigmatiza", dice a Efe la dirigente vecinal.
"Es fácil salir arrancando de un lugar que no te gusta, pero la idea no es esa, se trata de recuperar los espacios públicos", agrega mientras corta un par de tomates cherry, uno de los productos estrella de la "Huerta Villa Marat".
Su otra gran especialidad son los zapallos, imprescindibles en la mayoría de los platos de cuchara de la cocina chilena.
A mitad de la entrevista, un grupo de "huerteras" -como se hacen llamar las vecinas que gestionan el huerto- se acercan para preguntar "cómo está el niño", señalando entre risas un zapallo que ya pesa casi seis kilos.
"Cuando el zapallo está maduro, el tronquito se pone de color corcho. Entonces es cuando hay que cortarlo. A este aún le queda un poquito", explica Marta Rivas.
500 KILOGRAMOS DE ALIMENTOS
La "Huerta Villa Marat" forma parte de un proyecto más amplio, impulsado por la Municipalidad de Valparaíso, que incluye 17 pequeñas áreas de cultivo, la mayoría levantadas en antiguos basurales distribuidos por los diferentes cerros.
Desde la Alcaldía de la ciudad porteña, a 100 kilómetros al este de la capital, asesoran a los vecinos sobre cómo y cuándo sembrar y les brindan los recursos para levantar estos pequeños pulmones verdes.
La coordinadora municipal del proyecto, Margaret Salinas, explica a Efe que los objetivos son varios, entre ellos, "fomentar la alimentación saludable, recuperar espacios públicos y generar ambientes sanos de encuentros para la comunidad".
Desde finales de 2020, se han plantado cerca de 2.500 plantas, entre hortalizas y frutas, y la meta es producir 500 kilogramos de alimento a medio plazo para poder repartir alimentos a más vecinos y no solo a los que cuidan las huertas.
"La meta utópica es llegar a la soberanía alimentaria", subraya Salinas.
Las huertas son además agroecológicas, lo que significa que no se usan químicos: la tierra se fertiliza con compost que producen los propios vecinos y se utilizan preparados naturales a base de tabaco, ceniza o ajo para controlar plagas.
"Son productos sanos, no como en los supermercados, donde uno no sabe lo que compra. Yo tengo un melón en casa desde hace una semana y está intacto. Eso significa que está intervenido", lamenta a Efe Rosa Carvajal, la líder de "Las ecológicas", encargadas del huerto en el cerro Porvenir Alto.
UNA SOLUCIÓN A LA INFLACIÓN
Pese a tener uno de los puertos más importantes del país y estar considerado Patrimonio Mundial por la Unesco, el nivel de pobreza de Valparaíso ronda el 13 %, por encima de la media nacional, según la Fundación Sol.
Con una alta tasa de informalidad laboral, sus vecinos fueron muy castigados durante la pandemia, especialmente en los cerros.
Los peores momentos de la crisis ya han quedado atrás, pero ahora les persigue otro mal: la inflación, que en marzo acumuló un aumento interanual del 9,4 % y en 2021 cerró en el 7,2 %, la cifra más alta en 14 años.
"Las uvas están impagables y las manzanas ya se venden a 1.500 pesos el kilo (1,84 dólares)", comenta Rivas, la vecina que conoce cuándo están maduros los zapallos.
César Rodríguez, uno de los pocos hombres de la "Huerta Villa Marat", es artesano y aún se está recuperando del golpe económico de la pandemia.
Si no fuera uno de los cuidadores de la huerta, no podría "comer verde": "Ahora que mis vacas están flacas, yo vengo aquí y saco cebollín, una lechuguita, un cherry y me hago una ensalada".
Para él, "cambiar los escombros por frutales ha sido algo mágico", aunque reconoce que fue uno de los "culpables" de botar basura a la quebrada hace unos años.
"Los vecinos cambiamos y trajimos la dignidad a los cerros. Ahora -concluye-, las huertas son autoridades que hablan solas".
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