En los últimos años, la salud mental infantil dejó de ser un problema subterráneo para convertirse en una urgencia sanitaria. El aumento sostenido de cuadros depresivos graves en niños, niñas y adolescentes (NNA), junto con la falta de camas psiquiátricas pediátricas, abrió una brecha que el sistema de salud arrastraba desde hace décadas. Este mes, con la publicación del nuevo decreto GES, el Ministerio de Salud dio un giro significativo: la hospitalización para menores de 15 años con depresión grave será, por primera vez, una garantía explícita del Estado.
La medida forma parte de la actualización que amplía a 90 los problemas de salud cubiertos por el GES, con una inversión extra de 100 mil millones de pesos anuales. Junto a la depresión grave infantil, también se incorporó el tratamiento tras alta por cirrosis hepática y la cesación del consumo de tabaco en adultos, tres áreas consideradas de alta relevancia sanitaria y social.
El Presidente Gabriel Boric destacó que este avance “materializa la promesa de igualdad” y reafirma el principio de universalidad del sistema: “Independiente si las personas están en Fonasa o isapre (…) por el solo hecho de ser ciudadanos chilenos tienen derecho y acceso al tratamiento”.
Para el doctor Pablo Villalobos, director de la Escuela de Salud Pública de la Universidad Mayor, la incorporación del nuevo “GES 89” marca un antes y un después en cómo Chile aborda la salud mental en la infancia.
“El Estado garantiza acceso universal a esta prestación, asegurando que cualquier niño, niña o adolescente que requiera hospitalización pueda ingresar sin discriminación por previsión o capacidad económica”, explica. Esto incluye plazos máximos para la confirmación diagnóstica, el inicio del tratamiento y la hospitalización, elementos clave para cuadros de alto riesgo.
Una de las brechas que viene a cubrir esta garantía es el histórico déficit de camas psiquiátricas pediátricas, que por años obligó a derivaciones tardías o, peor aún, a hospitalizar a menores junto a adultos. Con el nuevo decreto, el sistema se ve obligado a aumentar la disponibilidad de cupos, priorizar casos y asegurar condiciones de seguridad acordes a la edad.

“VIVIMOS UN DESAMPARO TOTAL”
“Desde muy pequeña, Andrea (utilizaremos este nombre ficticio para resguardar la identidad de la joven) tuvo una forma de ser distinta”, relata Alex T., un familiar cercano a esta menor de edad que vive con depresión infantil. “Era una niña muy sensible, muy tierna y afectuosa, pero también todo lo vivía con mucha intensidad. Sus emociones siempre estaban a flor de piel”, señala.
En su infancia le costaba relacionarse con sus pares. La familia percibía que su personalidad intensa, unida a dificultades escolares que la llevaron a trabajar con psicopedagogas, la hacía sentirse distinta y, muchas veces, aislada. “Le costaba tener amigos de su edad. Sentía que no encajaba. Y eso fue marcando su autoestima”, rememora.
Las manifestaciones emocionales eran profundas: llantos desbordados, frustraciones intensas y peleas igualmente fuertes con su hermano menor. “No sé si en ese momento uno lo veía como síntomas de depresión, pero sí era claro que vivía todo con un nivel de sensibilidad mayor”, recuerda.
Con la llegada de la adolescencia, el escenario cambió drásticamente. “Ahí se intensificó todo. Con los cambios hormonales empezó a sentir las cosas aún más fuertes. Además, descubrió que se sentía atraída por niñas, y eso lo vivió en silencio, autocensurándose, con miedo. Fue muy difícil para ella”, revela.
La presión emocional y el aislamiento crecieron, y entonces ocurrió lo impensado. “El episodio más heavy fue cuando ella se lanzó desde un tercer piso”, relata su familiar. “La suerte fue que había un techo antes y eso la salvó. Pero lo que vino después fue terrible. Estaba obsesionada con la idea de terminar con su vida. Teníamos que hablar de suicidio con una niña de once años que no quería vivir. Uno no tiene herramientas para eso”.
La familia buscó desesperadamente ayuda especializada, pero se enfrentó a una realidad brutal: la salud mental infantil simplemente no estaba disponible.
“Llamamos a clínicas, hospitales, centros psiquiátricos. No había camas, no había especialistas, no había nada para menores de 15 años en el sistema público. Y lo privado era impagable: 120 mil pesos la hora un psiquiatra infantil, un millón de pesos diarios una hospitalización. Era indignante y desgarrador”, recuerda.
Tras días de búsqueda angustiosa, lograron encontrar una clínica que pudiera internarla. “Estuvo hospitalizada 10 días. Cada día costaba 600 mil pesos, más las visitas del psiquiatra, más la persona que debía cuidarla en la noche. Mis familiares quedaron endeudados. Pero era eso o arriesgar su vida”, señala.
La experiencia dejó una herida profunda. “El suicidio infantil está invisibilizado en Chile. Y lo que vivimos fue un desamparo total. No existía un número de emergencia, no existía un protocolo, no existía un lugar para recibir a una niña en riesgo vital. Fue una de las peores experiencias de nuestras vidas”, asegura.

CÓMO SE MANIFIESTA LA DEPRESIÓN EN LA INFANCIA
La depresión grave en menores de 15 años suele diferir de la que se observa en adultos. “En niños predomina la irritabilidad persistente más que la tristeza”, detalla el doctor Pablo Villalobos, quien advierte que los síntomas suelen combinar elementos emocionales, conductuales y biológicos.
El especialista asegura que, entre las señales más frecuentes de la enfermedad, se encuentran cambios bruscos de ánimo o crisis de llanto sin causa aparente; aislamiento o pérdida de interés en actividades previamente gratificantes; bajo rendimiento escolar repentino; quejas físicas persistentes, como dolor de cabeza o de estómago o regresiones conductuales, como volver a hacerse ‘pipí’ en la cama.
“Estas manifestaciones son especialmente importantes porque, en la infancia, la depresión tiende a expresarse más a través de la conducta que mediante el lenguaje verbal”, sostuvo el especialista.
Al ser consultado sobre cuándo es necesaria la hospitalización en la depresión infantil, el doctor asegura que ésta se vuelve necesaria cuando existe riesgo vital, un deterioro severo del funcionamiento (dejar de comer, por ejemplo y aumentando la probabilidad de desnutrición) o cuando el tratamiento ambulatorio ha fracasado.
“Entre los principales criterios clínicos que justifican una hospitalización se encuentran el riesgo suicida alto o inminente, incluyendo ideación suicida activa”, sostuvo Villalobos.
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