Además del elevado consumo de energía y agua, la Inteligencia Artificial (IA) tiene un impacto medioambiental del que no se habla tanto: la generación de una gran cantidad de residuos electrónicos cuya operación de reciclaje y recuperación de metales críticos es costoso y no está suficientemente extendida.
El desarrollo exponencial de esta tecnología ha aumentado la demanda de chips de procesamiento gráfico, necesarios para entrenar a los modelos de IA generativa, capaces de producir contenido nuevo y original a partir de datos previamente aprendidos.
"El ciclo vital de estos chips es de tres a cinco años, significa que pasado ese tiempo, e incluso un poquito antes, se desechan", explicó a la agencia EFE Ana Valdivia, profesora de IA, gobierno y políticas del Instituto de Internet de la Universidad de Oxford, en Reino Unido, que afirma que este impacto concreto de la IA está "muy invisibilizado".
El coste de reciclar estos chips es alto, -no es económicamente viable para las empresas, dice Valdivia- por lo que gran parte de ellos acaban incinerados, con sus consecuentes emisiones contaminantes, o en vertederos.
Según el informe más reciente de la Universidad de las Naciones Unidas (UNU), en 2022 se generaron en el mundo 62 millones de toneladas de residuos electrónicos, una cifra récord de la que solamente el 22 % fueron recogidos y reciclados.
La producción de basura electrónica aumenta cinco veces más deprisa que su reciclaje, alertó el informe, que señalaba que, si no se toman medidas, la cantidad de estos residuos podría aumentar más de un 33 % de aquí a 2030.
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