Cuando Natalie Pacheco habla de la palta, lo hace con pasión, porque es un fruto que la ha acompañado toda la vida. “Siempre trabajé con paltas. Es lo que conocía desde chica”, dice la emprendedora de 34 años que se gana la vida en las ferias de Coquimbo. Pero hace unos años, todo se complicó: los precios subieron, los clientes bajaron, y el negocio familiar tambaleó.
En medio de esa tormenta, tomó una decisión arriesgada: invirtió todo lo que tenía en 24 cajas de palta negra de la Cruz, una variedad conocida y preferida por la zona. Pero lo que sucedió fue que más de 200 kilos se echaron a perder debido a que llegaron muy maduras para su comercialización.
“Fue un golpe durísimo. Me dolió perderlo todo, pero más me dolía no poder avanzar, no poder estudiar, no tener cómo crecer”, recuerda.
En lugar de rendirse, Natalie hizo lo contrario: se volcó a estudiar. “Le hablé a Dios y le pedí que me mostrara un camino. Y ahí empecé a buscar en internet cómo podía aprovechar la palta, más allá de venderla en ferias”, cuenta. Así descubrió que el cuesco —ese mismo que casi todos botan— tiene un 60% de vitaminas y minerales. “¡Era un tesoro escondido!”.
Empezó a experimentar. En el patio de su casa, que comparte con su madre, su hija de 16 años y dos hermanos, montó un improvisado laboratorio. “Mi mamá me retaba por tener todo desordenado, pero yo estaba en otra. Me obsesioné con encontrar fórmulas, con sacarle provecho a algo que siempre había tenido al frente y nunca había visto”, dice.
EMPRENDIMIENTO
Tras cuatro años de ensayo y error, Natalie logró crear cremas para la piel, jabones, mascarillas para el pelo, tinturas naturales que demoran tres meses en estar listas y hasta productos con colágeno natural, entre otros. Todo a base de cuesco de palta. “El cuesco sirve incluso para teñir el pelo de un color palo rosa hermoso. Nadie lo imagina, pero es real”, asegura.
También comenzó a vender guacamole casero y té a base de cuescos de palta, y poco a poco fue recuperando la confianza que había perdido. “Yo no quiero estar toda la vida detrás del tablero, trabajando para otros. Quiero demostrarme a mí misma que sí se puede”, afirma.
Pero el camino no ha sido fácil. Unos años después, tuvo problemas con la patente de su pyme, golpeó muchas puertas sin respuesta y más de una vez sintió que estaba sola.
“Uno cree que está sola, pero no es así. En el camino aparece gente. En mi caso, tiempo después apareció Banigualdad. Fue una amiga la que me habló de la fundación, y cuando llegué, sentí que Dios la había puesto en mi camino”, cuenta emocionada. Fue así como nació su negocio llamado “Guacalste”.
Lleva tres años siendo parte de los grupos de emprendimiento de Fundación Banigualdad, donde recibe microcréditos, capacitaciones y sobre todo, motivación. “Las reuniones nos inspiran. Nos recuerdan por qué empezamos. Sin ustedes no se podría”, dice.
Para ella, no hay comparación entre trabajar para alguien y trabajar para uno mismo: “Cuando tú eres tu propia jefa, las caídas duelen más, pero también los logros valen el doble”.
Hoy, Natalie tiene claro su propósito: ayudar al planeta reutilizando lo que otros botan y, algún día, dar empleo a otras mujeres como ella. “Tú puedes mover montañas, pero ¿de qué sirve eso si no hay un propósito? Yo quiero hacer algo que tenga sentido”, reflexiona.
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