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“Estás fuera del rango” o “tienes que bajar”: El impacto del lenguaje médico sobre cómo las personas perciben su cuerpo

Daniela González, nutricionista y académica de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Santiago, advierte que “el lenguaje en una consulta no es neutro, va construyendo significados sobre el cuerpo, la salud y el valor personal”.

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  • Fabiana Chávez

  • Martes 23 de diciembre de 2025 - 16:27

  • Shutterstock

Los trastornos de la conducta alimentaria suelen entenderse como cuadros clínicos definidos, pero su inicio no siempre es inmediato ni evidente. Antes de un diagnóstico, existen procesos silenciosos marcados por inseguridad corporal, culpa y control de la alimentación, que muchas veces pasan desapercibidos.

En este escenario, el lenguaje que se utiliza en el sistema de salud cumple un rol clave. Clasificaciones como “sobrepeso” u “obesidad”, aplicadas a partir de rangos generales y sin mayor explicación, pueden instalar la idea de que el cuerpo es un problema, incluso cuando la persona no experimenta malestar físico ni cambios en su vida cotidiana.

Así lo explica Daniela González, nutricionista y académica de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Santiago, quien advierte que “el lenguaje en una consulta no es neutro, va construyendo significados sobre el cuerpo, la salud y el valor personal”. 

Según señala, es frecuente que se utilicen expresiones centradas exclusivamente en el peso y en la supuesta normalidad corporal, como “estás fuera del rango” o “tienes que bajar”, lo que refuerza una mirada punitiva del cuerpo y puede promover sentimientos de culpa, vergüenza o miedo a comer.

Estas experiencias afectan la confianza en la atención de salud y modifican la manera en que los pacientes se relacionan con su cuerpo. La referencia constante a un “peso ideal”, calculado solo en base a estatura y números, puede transformar diferencias corporales mínimas en alertas de salud, generando preocupación y vigilancia sobre el cuerpo.

En contraste, González subraya la importancia de un enfoque distinto: un lenguaje respetuoso, comprensivo y centrado en las conductas de salud más que en los números, lo que favorece una relación más amable con el cuerpo y la alimentación.

Este cuidado resulta especialmente relevante en adolescentes, donde el discurso clínico puede transformarse en un detonante de malestar corporal o conductas compensatorias inadecuadas.

Desde la experiencia clínica y la evidencia disponible, González advierte que si las clasificaciones como el índice de masa corporal, se aplican de manera aislada y sin explicación, “pueden ser interpretadas como un juicio de valor más que como una herramienta clínica”.

Esta lectura puede favorecer la idea de que el cuerpo “está mal” y debe ser corregido, dando paso, en algunas personas —especialmente adolescentes y jóvenes—, a restricciones alimentarias, conteo obsesivo de calorías o ejercicio compensatorio excesivo, incluso cuando antes no existía una preocupación por el peso.

El riesgo aumenta cuando estas clasificaciones no se acompañan de una evaluación integral que considere la etapa del ciclo vital, la historia alimentaria, la salud mental, el nivel de actividad física y los determinantes sociales de la salud.

En ese sentido, la académica Usach enfatiza que mensajes generales como “tiene que bajar de peso”, sin orientaciones claras, suelen derivar en dietas desbalanceadas, restricciones excesivas, ayunos prolongados o uso inapropiado de fármacos, prácticas que terminan agravando el problema en lugar de resolverlo.

ESTIGMA Y CONDUCTAS INVISIBILIZADAS 

Las actitudes y prácticas discriminatorias vinculadas al peso dentro del sistema de salud influyen en la forma en que las personas se relacionan con la atención médica. Estas experiencias pueden derivar en una menor asistencia a controles preventivos y en cambios en la conducta alimentaria asociados al malestar emocional experimentado durante las consultas.

Estas conductas no siempre encajan en las categorías tradicionales de los trastornos alimentarios, lo que contribuye a su invisibilización. Sin embargo, comparten un origen común: la internalización de mensajes que presentan el cuerpo como un error que debe corregirse.

Desde una perspectiva preventiva, González plantea que la comunicación en salud debería avanzar hacia un enfoque centrado en el bienestar, más que en el peso o la apariencia. 

Esto implica utilizar un lenguaje no estigmatizante, validar las emociones y reconocer que la alimentación está influida por factores emocionales, culturales, familiares y sociales. El uso de preguntas abiertas y la escucha activa pueden ayudar a detectar señales tempranas de una relación conflictiva con la comida o el cuerpo.

Asimismo, destaca la importancia del trabajo interdisciplinario y de integrar la salud mental como parte del cuidado nutricional, especialmente en población adolescente.

Esta mirada no solo contribuye a prevenir trastornos de la conducta alimentaria no diagnosticados, sino que también fortalece la relación entre profesionales y pacientes, promoviendo una atención en salud más humana, ética y efectiva.

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