Es muy probable que, en muchas ocasiones, usted haya visto a algún niño o adolescente mirando videos o chateando a través de un celular. Incluso, en muchos hogares esto se asume como algo normal del día a día.
En esa línea, la última entrega de la Encuesta Longitudinal de Primera Infancia (ELPI) (2024) indicó que más de la mitad de los adolescentes que formaron parte del estudio (54%) reconoce usar redes sociales por más de tres horas al día y el 42,7% reconoce mirar su smartphone o su tablet todos los días después de acostarse.
Esta situación no se da solamente en Chile. De hecho, ya se reguló en Australia, país que hace pocos días prohibió por ley el acceso a las redes sociales para los menores de 16 años, convirtiéndose así en la primera nación del mundo en establecer una medida de ese tipo. ¿El argumento? Proteger la salud mental de los niños y adolescentes.

Tras esto, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, pretende que, a partir de 2026, su territorio también prohíba, de manera legal, el uso de estas plataformas en la población joven. Su idea es que cuando una persona acceda a estos sitios se encuentre con un cartel de advertencia de uso, similar al que se utiliza en webs de contenido pornográfico.
LOS EFECTOS DE LAS REDES SOCIALES EN ADOLESCENTES
“Sabemos con bastante certeza que el cerebro adolescente, especialmente la corteza prefrontal (responsable del control inhibitorio, la planificación y la evaluación de riesgos) no alcanza su madurez funcional sino bien entrada la adultez temprana”, señala a Diario Usach Roberto Vera, magister en Neurociencias y académico de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Santiago.
El especialista explica que las redes sociales están diseñadas “para explotar circuitos dopaminérgicos de recompensa inmediata, comparación social y validación externa, lo que general una asimetría clara entre el poder del estímulo y la capacidad de autorregulación del menor”.
¿Una prohibición como la de Australia funcionaría en Chile? Para el académico, la utilidad de esta medida es instrumental y no absoluta. “No es una solución mágica, pero si puede funcionar como barrera de contención del mismo modo que existen límites de edad para el consumo de alcohol, el tabaco o la conducción”. A su vez, el especialista indica que una normativa que limite el acceso a redes como Instagram, X o TikTok, podría tener efectos protectores “siempre que se acompañe de educación digital, fiscalización real y alternativas de socialización”.
Otra característica de las plataformas para la interacción social es que sus algoritmos están optimizados para maximizar el tiempo de permanencia, establecer interacciones emocionales intensas y la exposición repetida de contenidos que generan activación pero no necesariamente de bienestar para sus usuarios.
En esta línea, Roberto Vera afirma que “desde las neurociencias, resulta difícil no concluir en la existencia de responsabilidades morales, y potencialmente jurídicas, de las plataformas, especialmente cuando se conoce, por evidencia interna y externa, los efectos de sus productos en los cerebros en desarrollo”. Por lo mismo, para el académico de Facimed Usach, “la regulación estatal no es una censura, sino una protección a una población vulnerable, un principio básico de la ética pública”.
¿CÓMO REGULAR EL USO DE REDES SOCIALES?
Roberto Vera plantea que una orgánica óptima para el acceso de niños y adolescentes a redes sociales debe considerar cuatro niveles de funcionamiento simultáneo: regulación estatal (con límites de edad verificables, control de contenidos y sanciones reales para las plataformas que incumplan estándares de protección infantil); educación digital (que implique no solo enseñar a utilizar tecnología, sino también a comprenderla críticamente); acompañamiento familiar (que garantice que el uso de las redes no será solitario ni ilimitado) y la intervención en el diseño de plataformas digitales.
“Las megaempresas desarrolladoras saben bien lo que pueden provocar con determinados diseños. Son conscientes que ciertas aplicaciones son derechamente adictivas”, expresa el académico Usach.

¿La prohibición del uso de celulares en colegios, a partir de 2026, ayudará a la disminución en el acceso a las plataformas de interacción social? Para Vera, esta medida podría favorecer “siempre que se aplique con criterio pedagógico”.
El especialista expresa que “el aula es uno de los pocos espacios donde el cerebro joven puede entrenar la atención sostenida, la interacción social cara a cara y la tolerancia a la frustración, habilidades que las pantallas dañan severamente cuando están permanentemente presentes”.
Por todo lo anterior, el académico sostiene que el no uso de los aparatos en los colegios debe ir acompañada de formación docente, uso pedagógico planificado de tecnología y una explicación clara a los estudiantes y sus familias sobre el por qué se está aplicando una medida de este tipo.
“Cuando existe evidencia robusta del daño potencial en población vulnerable, la inacción también es una forma de negligencia. Y esto último es gravitante, especialmente para todos quienes somos padres de menores de edad. En lo personal, creo que regular no es retroceder. Es, en este caso, hacerse cargo en serie de este tema”, concluye.
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