Hoy se ha vuelto muy común que, en muchas casas chilenas, la gente se haya decidido por tomar agua purificada y no desde la llave. Es más, un estudio elaborado por la empresa EMR, con base en la ciudad norteamericana de Sheridan, Estados Unidos, sostiene que en 2024, el tamaño del mercado del agua embotellada en nuestro país alcanzó un valor de 1,71 mil millones de dólares.
Esos números, que resultan llamativos, hacen que nos preguntemos ¿qué diferencia existen entre el agua que se vende en bidones de la que sale desde las cañerías? En conversación con Diario Usach, Cristina Villamar, ingeniera civil en obras civiles, doctora en Ciencias Ambientales con Mención en Sistemas Acuáticos Continentales, Investigadora responsable del Laboratorio de Investigación Interdisciplinaria en Ciencias y Tecnologia del Agua, KoYaku y académica de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Santiago explica que en Chile, desde el punto de vista de salud pública, “tanto el agua de cañería como la purificada son iguales, ya que no generan problemas para la salud de las personas”.
Para una mayor claridad, la especialista sostiene que, técnicamente, “el agua de la llave es la que proviene desde alguna fuente natural y que, en el mejor de los casos, es potabilizada para llegar a las casas de las personas a través de una red de distribución (cañerías)”.
A su vez, sostiene que “el agua purificada es la que proviene de las llaves y que es sometida a un proceso de desmineralización a partir, por ejemplo, de procesos como la osmosis inversa”.
Villamar sostiene que para la comercialización del agua catalogada como purificada, esta debe volver a ser mineralizada a valores de conductividad eléctrica entre 500 a 50 microsiemens por centímetro. Del mismo modo, la profesional subraya que, para que el agua natural sea apta para el consumo humano, dicho líquido debe ser sometido a un proceso de potabilización. “Este tratamiento difiere en la función de la composición natural del agua, pero en general parte desde la captación sea está superficial o subterránea”, sostiene.
Ahora, para que nosotros podamos consumir el “vital elemento”, se debe hacer un trabajo previo de eliminación de sólidos suspendidos totales mediante filtros de arena y, finalmente, se tiene que realizar una cloración con el fin de eliminar microorganismos patógenos y para evitar que se contamine durante su conducción.
CARACERÍSTICAS DEL AGUA PURIFICADA
Muchas personas eligen beber agua purificada debido a la ausencia de minerales pesados, la poca presencia de cloro y por la ausencia de contaminantes como virus o bacterias. Mirando este escenario, Cristina Villamar confirma que este tipo de líquido “es pobre en lo que respecta a la presencia de sales y, por lo mismo, tienen poca dureza. Además, su PH está muy cercano a la neutralidad”, manifiesta y agrega que “no tiene olor, color ni sabor”.
La académica de la Usach relata que la manera más segura para saber si un agua está realmente purificada “es a través de un análisis físico-químico y microbiológico en un laboratorio especializado”, dice. No obstante a esto, “las propiedades organolépticas del agua nos puede ayudar a establecer esta materia”.
EL AGUA DE LA LLAVE
Ahora, si usted es de aquellas personas que no se hacen problema por tomar agua de la llave, debe saber que el producto que entrega Aguas Andinas cumple con los estándares nacionales e internacionales de calidad para garantizar que el líquido que se entrega sea seguro.
Sobre esto Cristina Villamizar indica que el agua de cañerías “debe salir con un cloro residual de, al menos, 0,2 miligramos por litro para evitar complicaciones de salud”.
La profesional agrega que “la tolerancia de ese valor llega a los 2 miligramos por litro”, y a su vez asevera que el producto potabilizado con componentes minerales evita la deshidratación y las diarreas pero que, también, pueden generar un rechazo organoléptico porque las sales minerales son capaces de cambiarle el sabor, el color e incluso el olor.
Además, la investigadora de la Universidad de Santiago subraya que “el cloro, en concentraciones normales, no debiera generar problemas de salud”. Eso sí, también es necesario aclarar que los procesos de potabilización no aseguran que el agua esté totalmente libre de contaminantes emergentes, como fármacos, pesticidas, microplásticos o pifas.
“En Australia, un estudio desarrollado por la Universidad de Newcastle demostró que una persona consume el equivalente a una tarjeta de crédito, en peso de microplásticos, a través del agua potable, embotellada y de otros alimentos”, concluye.
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